viernes, 11 de diciembre de 2020

Funeral vikingo

Si lo que se hace parece funcionar, si la realidad parece estar bien, ¿por qué prestar atención a las nimiedades? Esas banalidades que tiñen con tonos grises la blancura del lienzo e impiden tener una superficie apropiada para escribir con calma, para pintar sin prisa. Se puede garabatear sobre los tachones, sobre las manchas, sobre las grietas, pero con el tiempo apenas podrán distinguirse los mensajes. Será difícil reconocer los paisajes entre escombros y restos polvorientos, separar la paja del trigo se volverá una ardua tarea en la que se escaparán detalles que luego contaminarán la cosecha. Aquellas páginas mugrientas podrían desecharse de inmediato para así evitar todo eso, pero hay cierto morbo en solo guardarlas por un tiempo como recordatorio de días más oscuros. Los muros se llenarán de páginas claras, de ideas positivas, mientras lo negativo se acumulará en el baúl hasta que este se llene, hasta que este pida a gritos la despedida. ¿A la basura? ¿A un lado de la carretera? ¿A dónde podría llevarse? ¿Dónde podría quedarse? No hay un lugar en el mundo que sea la respuesta a esas preguntas. No imagino el peso de las ruedas de los camiones aplastando memorias como si fuesen hojas secas. Que las palabras escritas en las tinieblas se desintegren en un vertedero sería una falta de respeto con ellas y conmigo mismo. Merecen más, quizá, un funeral vikingo en el que el fuego las reduzca a cenizas, y en el que la brisa se lleve aquello que no se pierde en la profundidad de las aguas. Podré despedirme con tranquilidad de lo que fue, de lo vivido, seguro de que el lento recorrido valió la pena y listo para que la tranquilidad inunde las venas y brote por los poros. Estar en paz sin el aforo lleno, sin lectores diarios, sin más guía que el diccionario para encontrar el significado de las cosas; la mente tan difusa como la memoria y como el futuro, pero no por eso incierto u oscuro, pues después de todo estoy seguro de que cuando por fin se hundan los restos de la barcaza, la coraza a mi alrededor también se habrá desintegrado.

jueves, 10 de diciembre de 2020

Trapecista

De la falta de sueño solo queda la locura. De la cordura solo quedan los recuerdos de mejores días. De las viejas melodías solo quedan notas graves que se pierden entre el ruido de la lluvia. Desperdigadas en la mente, sobras de lo que se fue, bocetos de lo que se quiere ser. Tan difícil escoger y tan necesario hacerlo, pues mantener el equilibrio se volvió una compleja tarea. Es más sencillo dejarse llevar por la marea, permitir que una cosa a la vez tome el control para así no tener que cohibirse, ni evitar de forma innecesaria la toxicidad de la realidad. Mantenerse puro e incorruptible es posible, pero la verdad tangible es que ambos conceptos son tan relativos que no vale la pena tratar de llevar una vida impecable, cuando las miradas llenas de prejuicios yacen en cada esquina que se visita, en cada ciudad que se abandona. Es ese deseo de seguir los lineamientos establecidos el que aprisiona al hombre, es esa falsa búsqueda del honor y la grandeza la que trae el hambre de libertad en los años venideros. No hay que estar atado para sentirse prisionero, ni estar muerto para ser victima de animales carroñeros que arrancan la piel de la carne sin preocuparse por los gritos ni la sangre. Por eso se mantiene en vilo, tambaleándose sobre un hilo como trapecista novato pensando en que en un rato habrá salido el sol y no importará si se ha dormido o no. Los espectros no sobreviven después del alba, pero tampoco lo hacen ni la sensatez ni la calma. Hay veces en que el insomnio trae las respuestas a las preguntas que surgen despierto, las dudas que nacen al abrir los ojos en la madrugada y acompañan a la voz interior demandando atención. Otras veces, la velada transcurre perdido en imágenes y música fuerte, ignorando a las personas, pasando por alto las señales, haciendo de las horas un martirio en el que los delirios de insignificancia cobran fuerza. Un día se esta en la cima, otro día se rueda colina abajo dentro de un barril sin saber como frenar, de camino al abismo lleno de rosas con espinas y rocas puntiagudas. Se juega a la ruleta rusa cada mañana, cada semana; el lunes no es una nueva oportunidad, es la incertidumbre, el nombre de otro amanecer en el que se puede ganar o se puede perecer. La pereza, las ganas de no levantarse; luego la energía rebosando la copa y motivando a correr, a escapar tan lejos como para olvidar el camino de vuelta, seguro de que hay atajos entre los mausoleos abandonados. Sombras esbeltas adornan los muros, recuerdan a las ninfas que alguna vez fueron deidades y hoy solo son figuras cargadas de banalidades y humo espeso. El sujeto que mira su reflejo en el espejo no se reconoce, pues desconoce como llegó a ese lugar e ignora si quiere irse, lleno quizá de curiosidad por ver cómo acaba todo si se sigue caminando entre pantanos llenos de lodo. A veces no basta con saber como termina, a veces es necesario sumergirse en la inmundicia para entender que de la codicia solo quedan bolsillos llenos y mentes vacías. Sin saber nadar, ¿cómo se encuentra la salida? Sin armonía, ¿cómo hacer de los días páginas en blanco a la espera del tacto de la tinta?

Minotauro

¿Por qué hacerlo? ¿Para qué? Las preguntas que se repiten una y otra vez cuando viendo por fin materializado este símbolo que alguna vez trajo calma, se da cuenta de que ahora trae dudas. La pregunta de si aún se es bueno, la pregunta de si se tiene la capacidad para hacer de palabras sueltas una idea completa, una idea entendible no solo para él mismo sino para quien quiera que encuentre estas notas. Un avión de papel volando por la ventana en busca de un lector desconocido o quizá simplemente del olvido. Volver cenizas los pensamientos de un sujeto que por múltiples razones se encuentra ahora dialogando con la pluma sería fácil, pero aun despierta cierta alegría ver el papel manchado, ver los tachones, los errores y las correcciones, como si darle forma a la ansiedad la hiciese más llevadera. El fuego esta reservado para aquello que necesita desaparecer, las palabras forjadas con la ira y el odio. Todo lo demás puede quedarse, para que con los años sea motivo de alegría y nostalgia.  El tiempo no se detiene, los kilómetros que se quedan atrás también cuentan historias, conversan con las manecillas buscando comprar otro minuto en la memoria. Lo peor ya pasó, piensa al recorrer los escombros de su historia, adentrándose en la mazmorra imaginaria, en la jaula creada por su propia mente. Fue fácil entrar, y difícil regresar, volver al presente para poder apreciar lo que no se puede enjaular, lo que no se puede tocar. Las insignificancias adquieren tonos visibles y estorbosos cuando se delira a causa del miedo, cuando se veneran falsos íconos y se pierde el norte, pero al aclarar la vista, es posible recordar lo que realmente importa. ¡Cómo ayuda entender lo corta de nuestra existencia! Desperdiciarla escapando de los recuerdos, huir de la voz interior que nos repite quiénes somos, y para dónde vamos, es una carrera de ratas que no acaba con una vana recompensa. ¿Con qué acaba? ¿Cómo termina? Las preguntas que hacemos mientras recorremos el túnel esperando encontrar una luz. No la que espera al final, sino esa que despeja la niebla y permite disfrutar del recorrido sin prisa, sin correr, llegando a envejecer con la tranquilidad de que se tuvo una buena vida. Podría ser una guía, o quizá una razón para no rendirse. Puede ser tantas cosas, puede cobrar tantas formas. Es diferente para cada persona, pero tiene algo común, y es la felicidad que produce, la forma en la que eleva el espíritu para hacer de este laberinto uno en el que no nos persigue el Minotauro. Sin una sombra tras nuestros pasos es posible caminar con seguridad, pero hay más que sombras, hay más que miedos y dudas, hay verdades crudas y amargas que hacen al más fuerte débil, lo fuerzan a entrar en el letargo de la apatía, ese sueño febril del que no se puede despertar. La basura que se ve cada día puede sacudir los cimientos más fuertes. Es esa la prueba a superar, lograr mantenerse firme aun cuando todo se derrumba. La resiliencia trae sabiduría y experiencia. La conciencia esta tranquila sabiendo que se hizo lo correcto, y ahora, solo queda mantener el rumbo en linea recta.

domingo, 8 de diciembre de 2019

Un llamado


Han cesado las marchas, los bloqueos, las demostraciones de un pueblo inconforme que por días enteros pudo tomarse las calles. La clara superioridad del otro lado no es en su totalidad responsable, más aun si se tiene en cuenta la falta de organización propia, la tardía aparición de ideas y soluciones para resistir las escaramuzas. Escudos y máscaras, láseres y barricadas, el campo de batalla se transformó en un abrir y cerrar de ojos. Cerraban noviembre con la llegada de detenciones arbitrarias, la persecución y la intromisión, el uso de las redes como arma contra quienes actuando como reporteros e informando a desconocidos terminaron hablando con los carceleros. Con diciembre llegaron los regalos, las velas, la pólvora. Así mismo, fue en diciembre cuando la ciudad fue desalojada. El ruido de las aturdidoras, las sirenas y el gas amarillo que hacía correr a centenares de personas, todas esas cosas pasaron pronto a ser un recuerdo. Aparecieron lentamente las luces sobre las ventanas, las campanas sobre las puertas, los fuegos artificiales lanzados desde las terrazas que iluminaron los días oscuros vividos. Era como si las últimas semanas hubieran sido solo un mal sueño que la bondad irradiada por las fiestas pudo mejorar. No más camuflados con chaleco custodiando centros comerciales, no más índices sobre gatillos de armas automáticas cargadas ni maletas repletas de cartuchos sin otro propósito diferente a intimidar, a sembrar el miedo. Los trajes negros, los helicópteros verdes que sobrevolaban la sabana con sus focos enceguecedores y sus cámaras de reconocimiento; aparecieron en su lugar los gorros rojos, las guirnaldas escarchadas, las palomas blancas que auguraban paz y prosperidad posándose sobre las estatuas de héroes y mártires, en bustos de libertadores y dictadores. De vuelta a la rutina, de vuelta a la realidad, mientras quienes toman las decisiones celebran bebiendo whiskey el haber sofocado nuevamente una protesta con propaganda barata, psicología y violencia. No tenemos derecho a reclamar nuestros derechos, no tenemos derecho a subir la voz, no tenemos derecho a vandalizar instituciones privadas mientras las instituciones públicas que deberían velar por nosotros le ponen el pecho al cañón que la sociedad apunta a la cima de la cadena alimenticia. Nos están matando, y nosotros nos estamos comiendo los unos a los otros, peleando por las migajas caídas hasta que esté la comida de nochebuena. Tamales, lechona, natilla, buñuelos, el pan que no nos dan, para disfrutar del circo en el que nos metimos. Los niños pasan las horas jugando en los parques de barrios populares y conjuntos residenciales. Cantan villancicos, juegan a policías y ladrones, a bandoleros y bandidos. Corren por las cuadras, se pierden en callejones. En esos mismos lugares, decenas de personas se parapetaron con palos y piedras no hace mucho, a la espera de un enemigo que jamás llegó, pero que los medios pintaban con la sevicia que pudo usar algún austriaco en su campaña contra los inmigrantes. Éramos niños corriendo con palos, y persiguiendo fantasmas se nos olvidó dónde estaba la piñata, dónde estaban los dulces. Esto puede cambiar, la hoguera puede encenderse de nuevo. No es un grito al desorden, es un llamado para restablecerlo.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Criaturas sin nombre

Mientras observa un letrero que con letras enormes anuncia la hora y la temperatura ambiente, su mente se encuentra en otro lugar dando vueltas y recordándole en que si sigue esperando allí sentado no llegará al siguiente destino. Continúa lanzando piedras hacia el charco frente a sus pies, deleitándose con ver como rebotan una, dos, tres veces antes de hundirse y deformar el espejo formado por la quietud y la tensión. Su reflejo desaparece, aparecen remolinos de tierra y desechos en las profundidades. Los guijarros pronto se pierden entre las grietas y el lodo. Una alerta, poca batería en el teléfono, poca energía en su cuerpo. Los parpadeos se vuelven cada vez más largos, y es este el único mensaje que recibe. Una maleta llena y media botella de vino para desdibujar la realidad son toda la compañía presente, lo más cercano en kilómetros y quizá de las pocas que lejos de casa podría llamar suyas. Un trago, dos tragos, el resto de la botella para un vago que caminaba por allí haciendo estragos con su costal. Desaparece al doblar la esquina, sus pasos dejan de escucharse. Una canción, y la siguiente, capaces de transportar su cabeza a otra dimensión en la que el agua reposada ya se ha evaporado, el calor ha vuelto y el verdor se ha sobrepuesto sobre el cemento. Aparece el musgo sobre la piedra, aparecen las aves sobre las ramas. Han pasado semanas, y aun causa asombro el ver a la vida vivir, no esconderse para sobrevivir. Los audífonos como escudo, como herramienta de distracción y evasión, corchos en sus oídos que no aíslan el frío pero si el ruido de los automóviles que pasan a toda velocidad en dirección al norte. Si cierra los ojos, podría ir en ellos, transportarse a una parte en la que no hay ni tráfico, ni lluvia, ni zozobra. Una obra de arte, pensaría, la utopía… Pero tan bello que es el lunar en la tez impecable, tan atractivas las cicatrices que recuerdan el paso por campos de espinas y rosas. La sonrisa del sujeto que tomó la botella, que se alejó tarareando y pensando que la velada no sería tan mala… ¿Cómo saberlo? ¿Cómo reconocer lo que realmente se necesita? El alma grita que tome una decisión mientras la sensación de querer correr sin detenerse se ve opacada por los deseos de quedarse a disfrutar de la escena, del brillo de la luna, de un amanecer recibido con café solo. Tantas cosas hermosas e imperfectas, dulces y amargas, aquellas que el paso del tiempo acaricia, estruja, aprieta con fuerza hasta transformarlas en algo nuevo. Es un proceso, un camino. Del carbón al diamante, de Bogotá a Alicante, de la oscuridad a la claridad, de la mentira a la verdad. Líneas divisorias entre conceptos acuñados por nosotros mismos para explicar fenómenos ajenos a nuestro control como la paz y la guerra o la bondad y la maldad. Ya se encuentra al otro lado, ha saltado el muro y se balancea en la baranda. Observando la luz del farol que ilumina el sendero oscuro, se da cuenta de que pronto se apagará. No más parafina, no más llamas. En contados segundos serán las estrellas la única compañía, las constelaciones que movieron a navegantes y caminantes servirán de guía para recorrer ese sendero oscuro, rumbo a tierras más cálidas. Es una sugerencia válida, la que hacen las señales de tránsito de salir de la calle y caminar entre la maleza, con la ligereza de quien caminó por allí toda la vida, con los ojos cerrados y los sentidos alerta. Podría caerse, podría lastimarse, y son algunas de las razones que vuelven de sus pies zancos, de sus pisadas meticulosas movidas entre raíces y rocas, entre vegetación y ladrillos, entre la frontera del hombre y las criaturas sin nombre.

domingo, 1 de diciembre de 2019

Artistas y asesinos

Está a punto de acabar el primer día de diciembre, ese mes lleno de luces, de colores, del calor de la gente y, este año, acompañado de arengas, pancartas y gritos eufóricos que se toman las calles. Es irónico, como diferentes bandos usaban el mismo argumento para mover a las masas de forma efectiva y lo lograron. Llenaron las plazas, se tomaron malas decisiones de forma masiva que son ahora causales de vías cerradas y contenedores de basura en llamas. Las ganas de ver arder la ciudad según unos, las ganas de un mejor futuro según otros. Nadie sabe quién tiene la razón, pues si bien esta movilización tiene muchas caras, se reconocen fácilmente dos: Piedras picadas y ladrillos lanzados contra los escudos de los policías anti disturbios. A pocos kilómetros, los suburbios se encuentran llenos de bailarines y músicos, pintores y actores, artistas de toda clase enseñándole con clase a la ciudad que la realidad de quien se levanta cada mañana persiguiendo un sueño es esta, la que se pinta, la que se baila, la que se toca, la que se escribe, la que se vive con sacrificios y algunos beneficios. Unos pintando lienzos y aceras, otros rompiendo ventanales y volviendo de la situación actual una excusa para sacar ese  lado animal y salvaje que un estado caótico despierta. Tantos ojos, tantas bocas, y tantas cámaras encendidas grabando decenas de sucesos simultáneamente, dejando un registro de lo que somos, de lo que hacemos y de lo que hacen con nosotros mientras aturdidoras espantan a la multitud y recalzadas disparadas por asesinos se incrustan con prontitud en la cabeza de un joven. ¿No fue eso lo que pasó? ¿Queríamos evitar esto? Mirábamos al vecino país con zozobra, olvidando que las líneas divisorias en el mapa no existen y que un río, una selva, una montaña jamás han detenido al ser humano. Será en vano cualquier esfuerzo por separarnos, por olvidarnos de que todos estamos en el mismo punto, en el mismo barco. ¿Son nuestras acciones aquellas que van a condenarnos? No lo sabemos, y tendremos que enfrentarnos a las consecuencias, aguantar con paciencia aquellos augurios sacados no de un cuento de hadas, sino de un libro de historia. Nos falla la memoria, nos falla la falta de conocimientos esenciales que remplazan con los banales, instructores sin instrucción, víctimas también de la omisión de la información. Es un ciclo que se repite, un sistema infectado que hace y deshace, crea individuos fuertes y llenos de seguridad para enfrentarse a la injusticia, crea individuos llenos de codicia. Crea seres tan diferentes entre sí y al final algunos de ellos pueden romper aquella palabra en miles de pedazos: no son individuos, son una comunidad, una sociedad que a decir verdad se mantiene tambaleando, sonriendo, y pretendiendo que mientras el buque de Duque se hunde… ¡Qué no cunda el pánico! Todavía hay comida, todavía hay bebida, todavía tenemos una salida, los botes salvavidas. Crisis migratorias, dictaduras establecidas, guerras perdidas y tanto por contar con más que versos, con mas que textos, con mas que esos, los mensajes que se quedan en el papel. Escuché hoy: “El dispositivo electrónico en nuestras manos, el celular que usamos para distraernos, es un arma poderosa. Una herramienta de comunicación asombrosa que puede hacer de fotografías y párrafos cortos noticias verdaderas.” Esa persona pudo plantar una idea bastante positiva en quienes escuchaban, así como recordarme claramente el motivo para hacer esto. No es ser un reportero, no es ser un vocero de los oprimidos ni un oprimido creyéndose parte del grupo de opresores. Escribir y escribir, sobre lo que veo, sobre lo que leo. Releer los renglones, editar los párrafos, para finalmente doblar el papel, lanzar la nota deseando que la brisa permita que toque el suelo muy lejos. Así se pasa el tiempo, saliendo a conocer que hay más allá de estas paredes, más allá de aquellas montañas.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Un viaje al pasado

“El tiempo pasaba, la mañana avanzaba, el nudo en la garganta de Christine lentamente se soltaba y pronto ya no había nada que contuviera su voz, sus deseos de continuar con lo que estaba haciendo pese a las circunstancias. No podía quedarse reviviendo las mismas escenas en su cabeza, tenía que reunir los documentos antes del viernes y entre más rápido lo hiciera, más rápido podría entregarlos, tachar ese pendiente de la lista. Una preocupación menos no estaría mal, tener la mente despejada la ayudaría, hacer las cosas paso por paso, parte por parte. Necesitaba un respiro, un momento a solas, un momento lejos de Dimitri. Si bien disfrutaba de su compañía, ahora estaba convencida de que tenerlo cerca era poco conveniente, un riesgo inminente que ella quería evitar. Ya no era tan seguro, ya no parecía su protector. ¿Había dejado de serlo en cuestión de minutos? A pesar de todo lo que estaba sucediendo, Dimitri quería mantenerla alejada del fuego, del peligro. No había dejado de ser su protector, eso lo sabía bien. Christine sacó el papel que le había entregado Grace de su pequeño bolso de tela y comenzó a revisarlo detenidamente. Después, frunció el ceño mientras Dimitri la miraba confundido.

—¿Todo en orden?
—Tengo todo, menos una cosa. —Christine resopló, resignada—. Necesito una copia de mi último boletín de calificaciones.
—Entiendo. ¿Dónde podemos conseguirla?
—Tendríamos que ir a mi vieja escuela.
—¿Es muy lejos? —Dimitri se quedó callado unos instantes, pensativo—. Nunca te pregunté de dónde vienes, ahora que lo pienso. ¿Por qué no lo hice?
—No era un tema agradable de tocar, supongo.
—¿Y lo es ahora?
—Ahora me da igual.
—Si tú lo dices. —Dimitri acarició el cabello de Christine, tratando de disminuir la tensión que había entre ellos—. ¿A dónde vamos pequeña?
—Naperville.
—No me suena ese nombre.
—Yo te guío. —Christine se puso de pie, sacó el celular de su bolsillo y comenzó a planear la ruta, luego comenzó a tirar de la manga de Dimitri—. 
—Bueno, si está en el mapa llegaremos. —Dimitri se puso de pie también—. Vamos a la camioneta.

Ambos abandonaron el jardín trasero y corrieron a la Range Rover que estaba estacionada frente a la casa. Entraron, se pusieron el cinturón y Christine le entregó el celular a Dimitri con las indicaciones necesarias para llegar a su vieja escuela. El tiempo estimado de llegada era una hora, podrían tardar menos si el tráfico estaba de su lado. Dimitri encendió el motor y, convencido de que se había quitado un peso de encima, pisó el acelerador, se alejaron a toda velocidad por aquella calle desierta. Con la radio a todo volumen, era posible evitar una conversación, pero Christine no dejaba de mirar a Dimitri.

—¿Otro interrogatorio?
—¿Por quién me tomas? ¿La policía?
—Qué graciosa.
—Solo bromeo. No pasa nada, solo estoy pensando.
—¿En qué piensas?
—No quiero ir allí.
—Veamos… —Dimitri trató de apelar a la razón de la chica—. ¿Hay otra manera de conseguir ese documento?
—Podría enviar un correo electrónico, que me envíen una copia.
—Podría tardar más, lo sabes.
—Tienes razón. —Christine suspiró resignada mientras miraba el papel que llevaba en sus manos—. Sin excusas, ya estamos en camino. No tiene sentido dar marcha atrás en este momento.
—Que bueno que entiendes mi posición —agregó Dimitri riendo—, enfrentamos el mismo dilema.
—Hablo de ir a Naperville, no de tu loca idea de construir un laboratorio de MDMA.
—Construir suena tan complicado Christine.
—¿Qué no lo es?
—Realmente no. —Dimitri se encogió de hombros—. Es bastante sencillo.
—Eres un cínico.
—Estoy siendo honesto. Los instrumentos necesarios caben en una habitación pequeña. Para antes de tener todo lo necesario, ya habré encontrado la forma de deshacerme de los desechos sólidos que la producción genera y...
—Lo tienes todo tan organizado —Christine lo interrumpió—. Me sorprendes.
—Sé lo que estoy haciendo, ya lo he hecho antes.
—Entiendo, entiendo. —Christine subió la voz, molesta—. No tienes que recordarlo una y otra vez.
—No lo estoy haciendo. —Dimitri no dejaba de mirar a Christine con ternura, pues estaba convencido de que su ira se disiparía en cuestión de tiempo. ¿Puedo saber algo?
—Claro —respondió Christine con una mueca—, yo no tengo secretos.
—¿Por qué no quieres ir a tu vieja escuela?
—No quiero ir a Naperville, en general. Si fuera posible me quedaría en las afueras.
—Según veo en el mapa, la escuela no está nada cerca de las afueras.
—Dije que si fuera posible, no me tortures más con la realidad.
—No lo hago. —Dimitri comenzó a reír sin despegar sus ojos del camino—. ¡Qué dramática eres!
—Lo siento, el drama en mi vida incrementó en cuestión de minutos.
—Eso no es cierto. Te dije que te quiero alejada y así será.
—Yo no sé nada Dimitri, solo espero que tengas cuidado.
—Lo tendré pequeña. Confía en mí.
—No sé como responder a eso, tampoco. Creo que hacerlo sería incriminarme indirectamente.
—Christine…
—Está bien. No diré nada más. Dormiré un poco, al menos mientras llegamos.

Christine recostó su cabeza contra la silla y cerró sus ojos, intentando conciliar el sueño. Lo cierto era que volver a Naperville despertaba en ella emociones que creía haber enterrado, que creía haber dejado atrás. No quería hablar de eso con nadie, ni siquiera con Dimitri, pero sabía que no podía evadir el tema para siempre. Tenía que hablar, pero lo haría cuando se sintiera lista, no cuando la presión se lo indicara. Ahora necesitaba descansar, organizar sus ideas. Hablar sin pensar no era la idea más prudente, de eso estaba segura. Lentamente los sonidos a su alrededor se volvieron más distantes, la realidad parecía desmoronarse mientras ella abandonaba la silla de la camioneta, mientras ella se transportaba a otra parte. La Range Rover blanca había desaparecido, estaba sentada en una pradera desconocida, rodeada del verdor que tanto la cautivaba. Sin señales de la ciudad, sin el murmullo de sus calles y avenidas llenas de personas, Christine cerraba los ojos para deleitarse con el sonido de las hojas sacudiéndose por la brisa. Todas bailando con una melodía que ella también podía escuchar, que la hacía mover en su lugar, de la que no podía llegar a cansarse. Así se quedó por minutos, por horas, sin necesidad de moverse para sentir el contacto de las hojas, de las ramas, de las aves que volaban a su alrededor. Algunos sueños como este se repetían constantemente, eran comunes, los conocía bien. Podía recrearlos con palabras si se lo pidieran, pero prefería mantenerlos como lo que eran, bonitas imágenes en su cabeza. El sonido de una bocina hizo que Christine se despertara de golpe. Abrió los ojos, y reconoció la estatua de un antiguo alcalde ubicada frente a su vieja escuela. Sacudió su cabeza, como asegurándose de que era real, de que la estatua era real. Habían llegado. ¿Cuánto había dormido? Ya no importaba, era hora. No prolongaría las cosas más de lo necesario, entraría al edificio por su boletín de calificaciones y saldría de allí, era sencillo. Christine abrió la puerta de la camioneta, puso sus pies en el pavimento del estacionamiento y por un segundo viajó en el tiempo, a los días en que llegaba corriendo por ese mismo lugar para no llegar tarde a clase.”.